No lo sé. Preferiría que me hablasen de todo entre comillas, entre dudas, en fantaseos. Me gustaría que nadie me dijese que me está diciendo verdades. Es un capricho pequeño, porque en realidad no me importa, porque coloco yo las comillas donde no las ponen. Me gusta escucharos. Me encanta visitar brevemente vuestra realidad, en la que las cosas se ven distintas, están torcidas, tienen otros colores y nacen de cosas inconcebibles. Quiero visitar todo en lo que creéis, pero desde fuera, tal vez por inmadurez, quiero que justifiquéis que nada es verdadero.
Siento incomodidad ante el nombre de Dios. Como cuando te hablan de sex*. Siento que deberían decirme que todo eso es un supuesto, una hipótesis, que puede que sí, que puede que no. Y la pasión sería la misma. Ansío que no haya convicción.
Puede que sea inmadura. Puede que la comodidad se restaure por llamarle Matemáticas a Dios, y yo estoy asustada por la religión, por la espiritualidad, lo místico.
Me encantan las brujas, las hadas, los aliens. Me encanta crear historias. Me encanta, en serio. Me encanta que lo vivas con una intensidad que lo abarca todo. Me encanta cómo todos los detalles de la historia pululan en tu cabeza. Pero por qué no podría seguir así de presente, pero en una teoría, en una línea paralela distinta, en un quizás, buscando el máximo sentido posible aquí pero sin colocarlo verdaderamente delante de tus ojos, que no ven verdaderamente nada. Es una pregunta. Me sigue encantando igual.
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