{es un relato de hace como dos años... tendría... ¿12, 13? es un poco desconcertante}
'¿Qué haces, niña?'
Ella se sobresaltó.
'Na...da, señor' dijo sacando el
brazo de la tierra.
'Bien' habló el desconocido, y le
dedicó una sonrisa de "si lo he dicho por ti". Una sonrisa
que ella conocía más que nadie, y a la que podía sacar miles de
variantes.
Esa en concreto transmitia "si lo
he hecho por ti, no lo vuelvas a hacer y no caerás en la locura"
Y se fue el señor satisfecho,
pensando que había curado a una posible paciente de maniconmio.
¿Por qué siempre la interrumpían
cuando tenía el valor suficiente como para hacer lo que quería
hacer? Estaba en su jardín, con acento en "su". Pero la
gente pasaba por allí, miraba por encima de la valla, encontraba a
una niña, más aniñada que niña, metiendo el brazo en la tierra y
le soltaban "niña, ¡repórtate!" y ella sacaba el brazo
avergonzada. Una niña que no se entendía a sí misma.
Estaba haciendo lo que se supone que
haría una adolescente en un jardín; chatear con su móvil. El móvil
que le habían comprado para eso, para que fuese normal. Y por ello
también la reñían; "¡haz los deberes o te quito el móvil!"
porque se supone que ese es el castigo que se impone a las
adolescentes, aunque a ella no le importaba que le quitasen el móvil,
pero no quería responder. Ella pensaba que sus padres eran los
raritos porque le ponían castigos que no castigaban.
Estaba tecleando, ausente, con el
cacharro muerto aquel. Y de repente se le pasaba por la cabeza la
idea de enterrarse viva. Así, como un ramalazo, por su mente
aparecía la imagen de ella misma cubierta de tierra, mientras sobre
su cabeza empezaban a nacer las semillas que terminaban siendo
briznas de hierba en el exterior. Y siempre le pasaba lo mismo;
pensaba que era una idea macabra. Pensaba que la gente normal no
hacía esas cosas. Pensaba que se le había ocurrido por el
aburrimiento, un pensamiento gracioso para entretenerse. Y se reía
en alto, una risa seca, irónica, y sacudía la cabeza.
Entonces, ratos después, lo hacía;
como algo vergonzoso y personal. Como algo prohibido. Cada vez que
escuchaba pasos que se acercaban, el corazón le latía
vertiginosamente y salía de su agujero. Luego lo miraba y se
preguntaba; "¿realmente merece la pena?" pero no eran sus
palabras, sino las de otros, las de otros que no la comprendían.
«¿Qué
hago? Esto es ridículo», se decía, aunque no ella. ¿Y qué era la
normalidad? ¿Unos cánones de comportamientos comunes, incluso
negativos, que se perdonaban por ser considerados "normales"?
Ella quería ser ella misma, pero no la dejaban, y los que sabían
cómo era... al igual que ella, tenían miedo.
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